Obituario

Con ella, no existe pena que desespere

Cariño que a mí me quiere con dulce amor

Para ella, no existe pena que no consuele

Mirándole su carita, yo miro a Dios

Tengo muchas las canciones para contar los recuerdo. “Es mi hija” así me presentabas en todos lados. La gente te corregía y pensaba que se te estaba yendo la cabeza y no recordabas que era tu nieta. Pero yo sé por qué lo hacías. Quiero quedarme con las lecciones que me dio la forma en que cuidabas tu corazón; a ti que la vida te quitó tanto, siempre mantuviste la frente alta, el paso firme. Viviste siempre desde la compasión. Me enseñaste que la dignidad está profundamente ligada a la libertad de palabra. De ser ley.

Sabes que soy cínica y para mi las lecciones de compasión no terminaban de encajar en nuestro siglo de diferencia. Me encantaría ser la flor delicada que te hubiera gustado que fuera; aunque creo que encontrabas más divertida a la hierba que crece en las grietas de la banqueta.

Yo no recé, trataba de transmitir todo lo que sentía, queria inventar un idioma para explicar el duelo. Encuentro extraña la pantomima católica, los discursos dobles y la hipocresía. Y sí, ya sé que te enojarías y me dirías en un tono muy solemne “¿acaso te molesta?”. Pero el punto es que nunca necesite ser otra persona. Me conocías, cínica, desvergonzada “gitana tenías que ser”.

Querías a todas las personas, en mi opinión no es muy buen negocio. Pero la sinceridad con la que compartías tu afecto sólo se construye en esos paisajes, los de Santiago Tolman.

Contigo sé que la frase típica de consuelo “no le gustaría verte así” lleva la verdad; todo lo que tocas lo conviertes en verdad. Nada mas espero que me puedas perdonar “salirme del huacal” por un día, porque te extraño, permíteme estar enojada, un día nada más. Pero mañana sí “a lo caido, caido”.

Descansa en paz, Desidero.

Y si vivo 100 años, 100 años pienso en ti.