Campamentos en la sala
- Paola Arce
- 22 ago
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 24 ago

"una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma"
Antonia San Juan en la película Todo sobre mi madre (1999)
En todos los lugares que he vivido he tomado fotos de las ventanas. Parte de rodar por la ciudad han sido sus paisajes. Los momentos que paso en esos lugares son mi independencia. Desde que mis vecinos construyeron un segundo piso, mi cuarto en casa de mi madre no volvió a tener una verdadera ventana. Necesito una ventana.
Las cosas que más me gustan de los lugares son sus formas de sorprenderme. Hoy me encontraba perdida como en un limbo emocional entre el enojo, el duelo, la culpa y la privación de sueño. Y de pronto comencé a escuchar perfume de gardenias en mi ventana, tocado por una trompeta.
Mi abuelo Aurelio me enseñó a salir a saludar a la gente que trae música a tu ventana, disfrutarla desde el marco y hacerle saber a la gente que ese detalle cambió tu día. Esas coincidencias cotidianas son un tesoro que celosamente guardé en mis memorias del pueblo. Bajé y vi a una pareja caminando con su hijo. La madre me explicó que buscaban juntar un poco de dinero extra para el regreso a clases.
Tener una ventana es muy importante.
He cambiado de residencia algunas veces en mi vida. Dejar la casa materna ha sido un reto que he enfrentado en dos momentos. El primero en los tempranos 17 años, cuando mi ansia por libertad, que se pensaba como rebeldía pasajera, se convirtió en movimiento material para sorpresa de muchos. Esa primera etapa, con mi poco conocimiento sobre equilibrar la vida financiera (cosa que ahora recuerdo con gran remordimiento), mi personalidad un poco menos huraña de lo que es ahora y las ganas de comerme el mundo fue un momento bastante inestable y lleno de cambios, en menos de seis meses llegué a vivir en cuatro lugares distintos.
Hay algo que debo reconocerme, con sus contadas excepciones, nunca he sabido quedarme en los lugares que me hacen sentir incomoda de alguna manera. Esa fue la principal razón por la que cambiaba de vivienda tan frecuentemente, otra de las razones, es que, como casi todos los jóvenes no tenía mucho equipaje que cargar. Dos maletas con libros, una vieja tele Sony y un beliz con ropa constituían todas mis pertenencias hasta el momento, mudarse era un ejercicio sencillo.
Después de ese cáliz de libertad, volví a la casa de mi madre para estudiar la Universidad. Adaptarme de nuevo al que había sido mi espacio en años anteriores fue complicado, tuve que hacer algunos cambios y mejoras; la pintura me hacía sentir que estaba entrando al cuarto de alguien más, que no era yo.
Cuando terminé la Licenciatura con un plan de vida que tenía cubiertos todos mis errores del pasado, creencias y aprendizajes recogidos en los años de Universidad, volví a buscar espacios para mí. Ha sido mi intención crear raíces, construirme un hogar: "esta vez no voy a mudarme tanto".
El primer lugar al que llegué fue un cuarto pequeño en la Av. Reforma Agraria. No era precisamente el mejor lugar para vivir, pero me permitiría ahorrar algo de dinero, era el paso uno del plan. Ese espacio solía ser una accesoria tenía una cortina de acero y carecía de ventilación. Estaba justo en la parada del camión a nivel de calle. En más de una ocasión escuché con gran afán las conversaciones de los transeúntes. Tenía una ventana que me mostraba todo el panorama pero que casi siempre mantenía cubierta con la cortina, nunca me ha gustado la sensación de poder ser observada por otras personas.
Recuerdo las tardes de lectura y estudio en mi pequeña mesa de marisquería que servía de escritorio, librero, alacena y varios más. La falta de ventilación comenzó a afectar, mis ya sensibles, vías respiratorias. Una plaga de ratas causó en mí el impulso necesario para salir a buscar nuevas oportunidades.
Los meses que viví en el cuarto cuando tomaba el camión que se dirigía a Taxqueña veía en Av. Tláhuac un departamento en renta. Me parecía que era muy grande y el precio sería elevado, aún así, tuve ánimo de preguntar. Al visitar el lugar me di cuenta de que en efecto era muy grande y su precio era proporcional.
Para mi sorpresa cuando le mencioné a la dueña que no podría pagarlo, ella acepto a acomodar el precio a mis necesidades. Esto ocurrió por una mezcla de factores; la situación económica era dura pues eran los primeros meses del brote de la pandemia y por lo que se observaba el lugar llevaba sin ser habitado mucho tiempo. Así sin mucho más preámbulo me mudé a ese departamento la siguiente semana.
Ese lugar representa ahora muchas cosas para mí, tratando de desahogar la verborrea que propició este escrito sigo reflexionando acerca de los por qué. Lo vivido en ese lugar y el sentimiento de incomodidad que me invadió en mis últimas semanas. Creo que me hubiera gustado irme en un escenario más tranquilo, con tiempo para despedirme del primer espacio que he considerado verdaderamente un hogar construido por mi.
El principal aspecto que me llenaba de alegría era la posibilidad de poder vivir con mi perro, Kepler. Después de un par de semanas en el departamento encontramos en la calle a Cioran, un pequeño gato de apenas tres semanas de nacido que se convirtió en parte del squad. Ahí estábamos los tres viendo películas en el sofá cama que le compré a mi anterior arrendatario, mirando las fiestas de la iglesia de enfrente. Eso sí, era un lío limpiar un lugar tan grande con dos animales (tres), pero la vista al cerro desde la hamaca que colgué en donde se supone debería ir una sala lo compensaba todo.
Pasé mucho tiempo en ese departamento, entre el home office, la pandemia, las sesiones en línea, el desempleo y mi personalidad cien por ciento huraña para salir, del año que viví ahí, podría considerar que pasé al menos 300 días entre sus paredes.
Cuando tenía quince años solía ver la serie Sex and the city, era común ver a estas mujeres independientes terminar su día metidas en la bañera con una copa de vino. Desde ese momento hice de mi objetivo personal algún día tener una bañera. Sueño que pude cumplir gracias a ese departamento. Me gustaba meterme hasta quedar arrugada, a leer, a ver series y claro, beber una copa de vino. El sexo en la bañera, no tan glamuroso como parecía en la serie.
El departamento estaba cerca de un cerro al que Kepler y yo íbamos a explorar algunos domingos, siempre llegamos al mismo sitio, pero siempre tenía un encanto diferente. La vista desde cualquier ventana era envidiable y la luz que impregnaba los cuartos fue desmantelando mi personalidad melancólica, me volví un poco más diurna.
Los campamentos en la sala con Melina vibran en mi memoria:
"vamos juntos hasta Italia,
quiero comprarme un jersey a rayas.
Pasaremos de la mafia,
nos bañaremos en la playa"...
El horario de verano era nuestro mejor amigo. tendíamos cobijas por todo el salón y nos contábamos esos secretos inconfesables. El sol poniéndose en la ventana nos dejaba saber que pasamos el día conversando y tomando cerveza.
Y qué decir de aquellos grandes aquelarres que brincaban armoniosamente de un tema de conversación a otro. Pasábamos de ¿Ponerle cátsup al huevo es de psicópatas? a ¿puede llamarse feminismo si no es transincluyente? Después dejábamos la seriedad de nuestras posturas políticas para entonar alguna canción de Paulina Rubio; pues, como dijo mi Lolita Córtes, no hay nada más fácil que una canción de Paulina Rubio.
En ese lugar también hice mis primeras fiestas. Con diez asistentes y mucha actitud lográbamos hacer parecer a eso un evento multitudinario. Hicimos del karaoke el ejercicio de una religión. Era una gran dosis de libertad cantar por todo el departamento los más grandes éxitos de Selena; sólo la bocina, Kepler, Cioran y yo. Aunque ellos no participaban mucho en mis delirios de concierto más allá de su presencia estoica.
En muchas ocasiones no sé a dónde me quiero dirigir. Camino hacía espacios, momentos, sensaciones. Busco apasionadamente lo que quiero tener; la razón es simple, voluntad de ser. Primero fue la bañera, luego el balcón, una ventana enorme, un lugar frío, después la barra de cocina. Me muevo hacía los lugares que imagino para mí sin importar el cómo. En circunstancias caóticas apelo al sin sentido de realidad ¿qué más podría importar?
El aprendizaje que me ha dejado habitar esos espacios es que
No
Puedo
Mantener
Viva
Una planta.
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